(Spanish)

Un café para el final

_{Autor: @nachomolina2}

Homero y yo formamos una banda de rock. Se trataba de un experimento musical en el cual dábamos los primeros pasos, sin embargo, nuestra pasión por el blues ya estaba implantada desde el inicio.

Teníamos las cuerdas, yo, la rítmica de composición y él un bass guitar inquieto e intrigante.

Logramos un par de canciones de las cuales no teníamos título porque a decir verdad la lírica no era nuestro punto fuerte y aquello del tema poético nos quedaba algo grande.

Íbamos a la casa de Benjamín quién se había ofrecido como batería y dijo, además de tener un viejo cajón gitano, contaba también con un espacio en el sótano de su casa.

Caminábamos por la avenida del parque central rumbo al encuentro.

Yo estaba irritable y mi frecuente migraña de todas las tardes era insufrible, quise detenerme en una fuente de soda pero el apremio de tiempo fue una limitante.

Con mi fender colgada a espaldas sujeta por la simple fornitura y la mano empuñada sujetando algunas uñetas de colores y el sobre de un bordón E que acababa de comprar.

Era todo lo que tenía para el ensayo, pero sentía que me faltaba el detonante inspiracional que solo me regalaría un café grande con la suficiente cafeína para compensar los estragos que cometía aquella horrible puntada en la sien.

Por su parte, Homero traía el estuche del bajo con forma de maleta el cual cargaba con cierta abnegación ejecutiva como si fuera más bien un músico de oficina.

Se paseaba por las aceras, tranquilo, mientras silbaba un bucle de estribillo pegajoso y melancólico cuyo fraseo evocaba el riff de nuestra última canción.

Ahora, luego de patear el trayecto que conduce a la casa de Benjamín, en suma, bajábamos la larga escalera que conduce al sótano. Benjamín se adelantó a conectar los amplificadores.

Entretanto, Homero y yo, que nunca habíamos estado en ese sitio, descendíamos a paso lento por el destemplado conjunto de viejos escalones que nos internaba a un nivel freático con paredes de piedra y alfombras arruinadas por la humedad.

El hermetismo era absoluto, así también, la oscuridad. Yo iba detrás de Homero guiado apenas por el silbido repetitivo de su lick mental el cual ya se me hacía, más que familiar, algo jocoso y carente de sentido.

Trataba de pensar en el nombre que pondríamos a la canción, pero el descenso al oscuro sótano me ponía ansioso, bloqueado creativamente, todo, aparte de mi baja de cafeína.

De pronto, sin saber, yo guardaba una rabia interna una agitación sobrevenida que trataba de disimular.

Los minutos se convertían en horas y las horas se hacían mustias e inútiles, sentí que aquello era un hoyo infinito donde moriría la creatividad de un músico.

_{fuente de imagen: pexels}

Sentí que la oscuridad me tragaba y yo era parte de su saliva, sordo sin frenesí, tampoco tenía voz.

Homero dejó de silbar y no me atreví a dar ni un solo paso.

Me pareció que llegaba al último escalón y delante de mí quedaba el báratro.

De momento todo aquello se tornó como una trampa, era yo un señuela con vendas en la órbita de mis ojos y mi jaqueca, imparable, un torturador en conflagrancia con el resto.

Finalmente, más allá de todo escarnio y como aliciente a mi ansiosa perturbación, vago, en la obsoluta oscuridad del sótano. Fue mi arrobo solitario algo que ponía fin a mis problemas.

Impregnando el abovedado, al igual, cada rincón de mi imaginación laberíntica, no lo podía creer, fui atrapado por el peculiar aroma, inequívoco, para un experto catador en estado de crisis.

Percibí el capullo aromático y la cereza en flor como embrujo. Me creí un adicto enamorado de la sutil adicción.

Escuché las gotas de agua caer del escurridor, también el tintirineo de la cucharilla al chocar con la porcelana.

Mis sentidos se tornaron nítidos y una lámpara encendida en la caja armónica de un viejo piano fue para mí un túnel de luz en el oscuro subterráneo.

Vi las tres tazas del más café reciente, humeantes, al lado de una improvisada partitura hecha a mano.

Homero y benjamín me esperaban para degustar un café arábico puro acabado de colar antes de comenzar el ensayo pautado, el cual comenzaba a cobrar sentido, mientras escribíamos el título de nuestro blues, extraño y melancólico: "Un café para el final"