Mi vida personal con música de Vicente Fernández/My personal life with music by Vicente Fernández

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Listening to rancheras is not merely an act of entertainment; it is a way of connecting with identity, with nostalgia, and with the deepest emotions of the Latin American soul.

Although, as Venezuelans, we carry in our blood the deeply rooted music of the llanos (with its harps, cuatros, and verses of love and landscapes) Mexican ranchera music holds a privileged place in our collective heart.

It may not be first in importance, but it is certainly second like an adopted brother who arrived to stay. Today, even with the emergence of artificial intelligence in musical creation, nothing replaces the authenticity of a voice that sings from the chest, with tears, and with life. As they say, that’s a whole different ballgame.

Within the vast universe of ranchera music, there are names that shine with their own light, but few as brightly as Vicente Fernández. He was not simply a singer—he was a symbol, an institution, a voice that transcended borders and generations. His physical departure did not make him vanish; on the contrary, it transformed him into an even more immortal legend.
Escuchar rancheras no es solo un acto de entretenimiento; es una forma de conectar con la identidad, con la nostalgia y con las emociones más profundas del alma latinoamericana.

Aunque como venezolanos tenemos arraigada en nuestra sangre la música llanera (con sus arpas, sus cuatros y sus versos de amor y paisajes) la ranchera mexicana ocupa un lugar de privilegio en nuestro corazón colectivo.

No es la primera, pero sí la segunda en importancia, como un hermano adoptivo que llegó para quedarse. Hoy, incluso con la irrupción de la inteligencia artificial en la creación musical, nada reemplaza la autenticidad de una voz que canta con el pecho, con el llanto y con la vida. Eso, como se dice, es harina de otro costal.

Dentro del vasto universo de la música ranchera, hay nombres que brillan con luz propia, pero pocos como el de Vicente Fernández. Él no fue simplemente un cantante: fue un símbolo, una institución, una voz que trascendió fronteras y generaciones. Su partida física no lo hizo desaparecer; al contrario, lo convirtió en leyenda aún más inmortal.


I fondly remember the nineties, when his voice flooded jukeboxes, radios, and even the courtyards of my hometown. In every cantina, every family gathering, every car ride, “Chente” was there. Songs like “Mujeres Divinas” and “Lástima que seas ajena” weren’t just hits they were mandatory anthems, essential parts of the repertoire of any Venezuelan who prided themselves on knowing good music.

Curiously, “Mujeres Divinas” had a Venezuelan version popularized by Rogelio Ortiz, which gave our relationship with the song a special flavor. At llanera parties, whoever sang it well stole the show, the attention, and even the most heartfelt applause. That song and many others by Vicente struck a deep chord in the national taste. Even today, after so many years, they still play at parties, serenades, and in our memories. They’re not old songs they are living classics that breathe with us.
Recuerdo con cariño los años noventa, cuando su voz inundaba las rockolas, las radios y hasta los patios de mi pueblo. En cada cantina, en cada fiesta familiar, en cada viaje en carro, “Chente” estaba presente. Canciones como “Mujeres Divinas” y “Lástima que seas ajena” no eran simples éxitos: eran himnos obligatorios, parte del repertorio básico de cualquier venezolano que se preciara de conocer música buena.

Curiosamente, “Mujeres Divinas” tuvo una versión venezolana popularizada por Rogelio Ortiz, y eso le dió un sabor especial a nuestra relación con la canción. En las parrandas llaneras, quien la cantaba bien se robaba el show, la atención y hasta los aplausos más sinceros. Ese tema, y muchos otros de Vicente, calaron hondo en el gusto nacional. Aún hoy, después de tantos años, siguen sonando en fiestas, serenatas y recuerdos. No son canciones viejas: son clásicos vivos, que respiran con nosotros.


Vicente Fernández After I Turned 18

As time passed, my admiration for Vicente didn’t fade in fact, it grew. In my youth, I discovered his repertoire extended far beyond commercial hits. Songs like “Amor Eterno” “A mi manera” “La Ley del Monte,” and “Por tu maldito amor” became companions during late-night drinks, sleepless nights, and heartfelt confessions. Thanks to the internet and karaoke, it was easy to sing them (sometimes well, sometimes badly), but always with soul. Tracks like “El Rey,” “Sublime Mujer,” and “El Chofer” transported us to Mexico without needing a passport just the magic of his voice and the power of his stories.

Years go by, but his music never ages. Songs like “Estos celos” “Un millón de primaveras” “Urge” and “Cruz de olvido” still echo in the serenades of my hometown, performed by mariachis who know that without Vicente, their repertoire loses its soul. In fact, any respectable mariachi must master at least three of his songs it’s practically a sacred requirement. Singing Vicente isn’t optional; it’s a professional duty, a tribute to the man who elevated the genre to the level of universal art.

As I write this, warm memories come flooding back, like fine wine that only improves with time. Recently, I watched Alejandro Fernández’s concert titled “De Rey a Rey” a powerful and emotional tribute to his father. Hearing him perform Vicente’s greatest hits felt like reliving history and also like ensuring its continuity. Music that transcends isn’t just heard; it’s felt, lived, inherited. It’s as essential as air, as vital as the heartbeat.

I’ll leave some links at the end so you can enjoy that concert. Because great music isn’t forgotten it’s treasured.

Until next time, and may God always bless you.
Vicente Fernández después de mis 18 años

Con el paso del tiempo, mi admiración por Vicente no disminuyó; al contrario, creció. En la juventud, uno descubre que su repertorio va mucho más allá de los éxitos comerciales. Canciones como “Amor Eterno”, “A mi manera”, “La Ley del Monte” o “Por tu maldito amor” se convirtieron en compañeras de copas, de desvelos y de confesiones. Gracias al internet y a los karaokes, era fácil cantarlas (a veces bien, a veces mal) pero siempre con el alma. “El Rey” “Sublime Mujer” y “El Chofer” nos transportaban a México sin necesidad de pasaporte, solo con la magia de su voz y la fuerza de sus historias.

Los años pasan, pero su música no envejece. Canciones como “Estos celos”, “Un millón de primaveras”, “Urge” o “Cruz de olvido” siguen sonando en las serenatas de mi pueblo, interpretadas por mariachis que saben que, sin Vicente, su repertorio pierde alma. De hecho, todo buen mariachi que se respete debe dominar al menos tres temas suyos; es casi un requisito sagrado. Cantar a Vicente no es una opción: es un deber de oficio, un homenaje a quien elevó el género a la categoría de arte universal.

Mientras escribo esto, me vienen recuerdos cálidos, como el vino añejo que mejora con el tiempo. Hace poco vi un concierto de Alejandro Fernández titulado “De Rey a Rey”, un tributo emotivo y poderoso a su padre. Verlo interpretar los grandes éxitos de Vicente fue como revivir la historia, pero también como asegurar su continuidad. La música que trasciende no solo se escucha: se siente, se vive, se hereda. Es tan necesaria como el aire, tan vital como el latido del corazón. Les dejo algunos enlaces al final para que disfruten ese concierto. Porque la buena música no se olvida; se atesora. Hasta la próxima, y que Dios los bendiga siempre.

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Te sorprendería lo mucho que se escucha la música mexicana en Cuba, los ritmos modernos van y vienen, pero esta música identitaria a pasado por generaciones, me gusta la música de Vicente Fernández un grande de la ranchera, saludos 👋🏻

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Tienen buenos gustos musicales... Gracias por tus apreciaciones...

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