¿Qué hace un adolescente con tiempo libre y la fiebre del internet? A comienzos del siglo XXI, con los cibercafés se navegaba hasta altas horas de la noche y también el amanecer.

Los jóvenes navegábamos sin rumbo fijo por ese vasto océano digital en busca de entretenimiento. En esa época de descubrimiento, donde YouTube emergía como un faro de contenido audiovisual, nos topábamos con todo tipo de rarezas: videos virales, memes incipientes, música pop, rock, underground y, por supuesto, joyas escondidas del humor y la creatividad. Fue allí, entre tanta saturación de estímulos, donde muchos de nosotros descubrimos a un grupo argentino que no solo rompía moldes, sino que los trituraba con elegancia y absurdo: Les Luthiers.

Argentina, tierra de tango, fútbol y poesía, siempre ha destacado en el ámbito cultural. Carlos Gardel, Astor Piazzolla, Mercedes Sosa… nombres que resuenan en la historia de la música latinoamericana. Pero Les Luthiers no encajaban en esa línea. No eran cantantes de baladas ni intérpretes de folklore. Eran más bien, una anomalía gloriosa: Un colectivo de artistas que fusionaban música clásica, teatro, sátira y una inventiva sin límites. Su humor no era vulgar ni fácil; era inteligente, culto, lleno de juegos de palabras, referencias literarias y una exageración calculada que convertía lo absurdo en arte.

Lo que más impactaba era su uso de instrumentos particulares. No se limitaban a violines o pianos. Creaban sus propios instrumentos con nombres muy particulares como: El Bajo barríltono, Batería de cocina, Cellato o Cello de lata, Latín o Violín de lata, Lirodoro o Lira de asiento… y no eran solo nombres, en realidad extraían buena música en combinación a otros instrumentos musicales tradicionales.

Estos inventos, construidos con materiales reciclados y una estética deliberadamente precaria, eran parte fundamental del espectáculo. No solo sonaban con sorprendente precisión, sino que eran vehículos de la risa. Ver a un músico tocar una tubería de PVC como si fuera un oboe, o hacer música con una máquina de escribir, era una experiencia que combinaba asombro y carcajada.

Les Luthiers no eran solo músicos; eran narradores, actores, escritores y hasta filósofos del disparate.

Sus letras, muchas veces escritas por Marcos Mundstock (La voz narrativa del grupo) eran joyas de ingenio. “Perdónala” por ejemplo, es una sátira mordaz sobre la violencia de género disfrazada de bolero romántico, donde el masoquismo se presenta con una dulzura perturbadora que invita a la reflexión tanto como a la risa. “La Comisión”, quizás su pieza más famosa, parodia los himnos nacionales con una burocracia absurda, donde cada estrofa requiere la aprobación de un comité, y los cambios se hacen por votación. Es una crítica sutil a la rigidez institucional, envuelta en una melodía pegadiza y diálogos hilarantes.

El grupo, fundado en 1967, tuvo una vida artística envidiable: más de cinco décadas sobre los escenarios, giras internacionales, discos de oro y un público fiel que abarcaba desde adolescentes hasta académicos. Su legado no solo se mide en entradas vendidas, sino en la influencia que ejercieron sobre el humor inteligente en lengua hispana. Inspiraron a generaciones de comediantes, músicos y creadores que entendieron que la risa puede ser sofisticada, que la cultura no tiene por qué ser aburrida, y que el arte puede nacer de cualquier lugar, incluso desde una marimba de cocos.

En 2023, tras la muerte de Marcos Mundstock, el grupo anunció su retiro. Fue un adiós emotivo, cargado de nostalgia, pero también de orgullo. Habían construido un universo único, inimitable, que seguirá vivo en sus grabaciones, en sus partituras, y en el canal oficial de YouTube, donde nuevas generaciones pueden descubrir, tal como lo hicimos nosotros en aquellos cibercafés, la magia de un humor que no envejece nacido del ingenio para permanecer en el tiempo y memoria de América Latina.

Les Luthiers simplemente dejaron de tocar. Pero su música, su risa y su genialidad excéntrica seguirán resonando en la memoria y la risa del mundo. Hasta la próxima. Dios les bendiga…