Mix Yumbo

by Siberiann on Paul Lindstrom
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Vamos con otra joya desconocida de Latinoamérica para el mundo… Esto es normal no solo porque hoy inunda los canales y servicios de streaming musicales el tan criticado “género urbano” que ha llegado a esparcirse por todo el planeta, o el universo porque creo que hasta los marcianos ya se escuchan.

Yo no soy de Ecuador, de hecho, ni siquiera nací en uno de los países del cono sur porque nací en México, pero cuando viajo a algún país, siempre me llevo algo de él, sea un libro que lo represente, artesanías locales, algo de su indumentaria tradicional, o música.

He visitado Ecuador varias veces por diferentes razones y siempre hay algo nuevo que sacar de él porque a pesar de ser un país pequeño, tiene una diversidad enorme.

El yumbo es un género musical, pero también una danza vibrante, llena de colores y saltos, que parece contar historias de antaño con cada movimiento. Este ritmo musical, tan arraigado en Ecuador, es como un puente que conecta el pasado prehispánico con el presente, un eco de las comunidades indígenas que aún resuena en los Andes y la Amazonía. Su origen se pierde en la bruma de los siglos, pero se siente como si llevara en su esencia la memoria de los pueblos originarios, aquellos que vivían en sintonía con la tierra, el sol y los ciclos de la vida.

De hecho, el yumbo según algunos expertos sociológos e historiadores está en peligro de extinción, y yo les creo en esa premisa porque ahora, ninguna de las plataformas que ocupo de inteligencia artificial para que genere las canciones de los mix que les comparto, siquiera sabía interpretar qué quiere decir la palabra "yumbo" como ritmo musical, y eso que puse los prompts de muchas maneras, así que me rendí y saqué algunas canciones de los cds que mi esposa compró cuando visitamos el Ecuador.

De acuerdo a lo que investigué, la palabra “yumbo”, viene del kichwa y significa algo así como “brujo” o “danzante disfrazado que baila en las fiestas”. Y es que el yumbo no es solo música, es un personaje, un mensajero de la cultura que se adorna con plumas, pieles de animales, semillas y colores vivos, como si quisiera llevar la selva y los páramos al corazón de la celebración.

El yumbo como se lo conoce hoy tomó forma en la segunda mitad del siglo XX, gracias a maestros como Gerardo Guevara, quien con piezas como Apamuy Shungu (“Dame el corazón” en kichwa) dio un nuevo aire a este ritmo. No fue un invento de la nada, sino una reinterpretación de danzas indígenas que se fusionaron con elementos mestizos a lo largo del tiempo.

Durante la época colonial, las costumbres indígenas se mezclaron con los ritos católicos, y así el yumbo empezó a aparecer en fiestas como el Corpus Christi o San Luis, cargado de un espíritu contestatario, como si los danzantes usaran su música para hablar de las luchas y las vivencias de sus antepasados.

El ritmo del yumbo es alegre, vivo, escrito en un compás de seis octavos que invita a moverse. Es como si el tambor marcara el latido de la tierra, mientras el pingullo lleva la melodía con un toque nostálgico pero enérgico. Los danzantes, con sus movimientos circulares y saltos, parecen imitar a los animales de la selva o evocar rituales antiguos, como los que se hacían en el equinoccio de septiembre en Imbabura. Algunos dicen que el yumbo es más que un baile; es una forma de conectarse con el cosmos, con los calendarios solares y las historias de los pueblos que habitaron estas tierras mucho antes de la llegada de los españoles.

Lo que me fascina del yumbo es cómo ha sobrevivido, adaptándose sin perder su esencia. En los Andes del Ecuador, este ritmo se ha mezclado con otros, como el sanjuanito, la tonada, o el capishca, pero siempre conserva ese aire ritual, ese carácter que te hace sentir que estás presenciando algo más grande que una simple danza.

Incluso hoy, compositores contemporáneos, como los de la Universidad de las Artes en Guayaquil, han vuelto a mirar al yumbo, reinterpretándolo con nuevos arreglos, haciendo fusiones vanguardistas al mezclarlo con otros ritmos andinos y hasta con jazz, pero siempre con un respeto por sus raíces.

En cuanto a los instrumentos utilizados, se sabe que el corazón del yumbo es el tambor, ese bombo pequeño que marca el compás de seis octavos con un latido profundo, constante, como el pulso de la selva o los Andes. No es un tambor cualquiera; suele ser de madera, a veces cubierto con cuero de animal, y se toca con las manos o con baquetas, dependiendo de la región.

Luego está el pingullo, un pequeño instrumento de viento, una especie de flauta de caña o hueso, que lanza melodías agudas, casi hipnóticas, que suben y bajan como el viento entre los árboles. El pingullo no solo toca notas; parece que habla, que cuenta algo antiguo con cada soplido.

A veces, se suman otros elementos, como sonajas hechas de semillas o caracolas, que los danzantes llevan en las muñecas o tobillos, añadiendo un chasquido rítmico que acompaña sus movimientos. En algunas comunidades, especialmente en la Amazonía, pueden incluirse cascabeles o pequeños cencerros, que resuenan con cada salto, como si quisieran despertar a los espíritus de la naturaleza.

Pero el yumbo no sería lo mismo sin la vestimenta, que es mucho más que un atuendo: es una declaración de identidad, que cuenta quiénes son los danzantes y de dónde vienen. Imagínate a un yumbo en plena danza, con una corona de plumas que parece un arcoíris robado de la selva. Estas coronas, hechas con plumas de loros, guacamayos o aves locales, no son solo decorativas; son un símbolo de conexión con la naturaleza, con el mundo espiritual.

El rostro a menudo está pintado con líneas y colores fuertes —rojo, negro, blanco— que recuerdan a los guerreros o chamanes de antaño, como si la pintura fuera una máscara que los transforma en algo más grande. El torso suele ir cubierto con una especie de túnica o chaleco, a veces hecho de telas coloridas o pieles de animales, adornado con semillas, cuentas o conchas que tintinean al moverse.

En la cintura, no es raro ver fajas tejidas con motivos indígenas, que amarran polleras o pantalones cortos, dependiendo de si es hombre o mujer. Las piernas, libres para los saltos y giros, a menudo llevan cascabeles o tiras de cuero con semillas que refuerzan el ritmo.

En la Amazonía, la vestimenta puede ser aún más ligada a la selva: collares de colmillos, brazaletes de fibras vegetales y tocados que parecen estallar en colores. En los Andes, como en Imbabura, Otavalo o Tungurahua, la ropa puede incluir ponchos o telas más pesadas, adaptadas al frío junto con el zamarro, una prenda importante fabricada de pieles de animales que se coloca en las piernas para poder tolerar el frío de las montañas, pero siempre con ese toque vibrante que grita celebración.

Cada detalle, desde las plumas hasta las semillas, está pensado para moverse con el danzante, para que el sonido y el color se fundan con la música del tambor y el pingullo. Es como si el yumbo, con sus instrumentos y su vestimenta, no solo bailara, sino que contara una historia que va más allá de las palabras: una de resistencia, de conexión con la tierra, de un pueblo que sigue celebrando su existencia a pesar de todo.

Ver a un yumbo danzando, con su lanza alzada y sus plumas temblando al ritmo del tambor, es como ver un pedazo de Ecuador vivo, latiendo con la fuerza de sus raíces.

Es todo por hoy.

Relájense y disfruten del mix que les comparto. ¡Y a rumbear!, o ¡a matar cucarachas con los zapatos!!

Chau, BlurtMedia…

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